Hacia fines de los cincuenta, Borges ha pasado a ser
una figura fundamental en el panorama literario argentino. Lejos están los días del nombramiento en 1946 como “inspector de aves y conejos”, lo que
significó el alejamiento de su puesto de asistente en la biblioteca Miguel
Cané. Frente a las versiones oficiales (como la de Borges en su autobiografía y
la de Emir Rodríguez Monegal, de la cual se hacen eco muchas otras biografías) que
hablan de una humillación fraguada por el gobierno de Perón —Borges entre las
gallinas, o sea, cobarde—, Jorge B. Rivera, en “Borges, ficha 57.323”, intenta
aclarar algunas cosas. Entre 1945 y 1946, Borges firmó varias declaraciones
políticas en contra del nazismo y a favor de la democracia. Una de ellas,
firmada en enero de 1946, ocurre
mientras está en vigencia el decreto promulgado por el gobierno de facto del
General Farrell que prohibía a funcionarios públicos “suscribir manifiestos o
declaraciones de carácter político” (35). A causa de su “desacato”, a Borges se
le hace un sumario y se lo apercibe, según el decreto del 15 de abril de 1946. Perón asume la
presidencia de Argentina el 4 de junio
de 1946. El discurso de Borges (no leído por él) durante la comida que le
ofrece la SADE en agosto de 1946 se
refiere al episodio del nombramiento: “me ordenaron que prestara servicios en
la policía municipal” (Borges en Sur,
303). En su biografía del escritor argentino, María Esther Vázquez recurre al testimonio del entonces secretario de
Cultura de la Municipalidad, Raúl Salinas. Instaladas las autoridades peronistas,
desde la intendencia de Emilio Siri le llegó a Salinas una lista de los
cesantes; Borges figuraba allí. Francisco Luis Bermúdez, amigo de Borges y
adscripto a la secretaría, le pidió al secretario que no lo echara. “Entonces
decidí trasladarlo a la Escuela de Apicultura de la Intendencia”, dice Salinas
(Borges: esplendor y derrota, 191). Rivera sostiene que Borges no fue dejado cesante por una confabulación
peronista, sino que renunció a su cargo el 28 de junio de 1946, apenas dos semanas después de la asunción de Perón. Según
Rivera, la supuesta designación como inspector de aves y conejos no tiene
“huellas formales oficiales” (40). En una entrevista de julio de 1946, Borges dice haber recibido un llamado que confirmaba
la designación humillante; ante su queja —“aduje que yo sabía mucho menos de
gallinas que de libros”, le responden que era una sanción por andar
“haciéndo[se] el democrático” ostentando firmas; luego dice Borges que de la
Municipalidad le comunicaron que estaban esperando la renuncia (Textos recobrados (1931-1955), 358-360). Ante este pesadillesco (y
borgeano) argumento, puede afirmarse que ciertos sectores políticos e
intelectuales —e incluso Borges, a su manera— aprovecharon la situación para
erigir al escritor en, como dice Vázquez, “símbolo de la resistencia
intelectual” frente al peronismo (192).
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