Tuesday, April 23, 2013

Rosa Beltrán Darwiniana


Supervivencia del más apto
Desde que cumplí setenta años, entreno a mi mujer todas las mañanas a fin de que, llegado el caso, pueda asistirse en su viudez. Se podría pensar que es prematuro, pero las estadísticas me confirman que mis previsiones tienen un fundamento: los hombres nos vamos antes. ¿Y alguien se ha detenido a pensar en las penalidades de la viuda cuando sus facultades menguan? La historia de la viuda alegre pertenece al cine y la literatura. En la realidad, las viudas se quedan ciegas, sordas, cojas, etcétera. Una vez se supo del caso de una viuda amnésica que se empeñaba en cobrar su pensión a nombre de otra y pasó años sin conseguirlo. Mi mujer, cuando oye estas historias, se aterra. Por eso he decidido entrenarla en el arte del deterioro. Lo ideal sería ir de la cabeza a los pies, le digo, y la alecciono sobre las ventajas de ir siguiendo una lógica. A ver, pensemos. ¿Cuáles son  los verdaderos problemas de las viudas? Las tuertas, por ejemplo. Apenas si logran que alguien repare en ellas. En general no las atienden, las mandan a otras ventanillas. Podrían despertar mayor interés si se decidieran por la solución radical: o los dos ojos o ninguno. Optaremos por los dos. Mi mujer se agita. Tranquila, le aclaro, para eso está la profilaxis. Le pongo un paño grueso en los ojos y le digo: adelante, ten ánimo. Más vale empezar a tiempo. Lo primero es caminar por el cuarto sin que te tropieces. Ella da dos pasos y tira la lámpara de pie. ¡Es que nunca antes he sido ciega!, se disculpa. Yo discrepo. Para ser ciega eres pésima, le digo. No usas las yemas de los dedos ni adelantas un pie. No comprendes que la esencia del desplazamiento del ciego es huir del obstáculo. ¿Qué tal si me tiras encima la jarra de té caliente? ¡Pero si tú ya no estarás!, responde. Muy bien, no estaré, pero ¿y quién me garantiza que no te arrojarás por la ventana? Los ciegos palpan, tantean, abren bien los dedos tratando de emerger de las aguas profundas de esa otra falta de memoria que es la ceguera. En cambio tú te confías mucho. Crees que todo es cosa de improvisar. Ella busca una salida. Dice que sabrá si corre peligro gracias al oído, que tiene mucho más fino que yo. Bueno, intentemos por ahí, le digo, no sea que te quedes sorda. Después de ponerle tapones, le ato unas cuerdas en los dedos anular y medio de las que tiraré cada vez que alguien llame a la puerta. Pienso adaptarle un artefacto que cumpla esta función cuando yo no esté. Tomé esta medida porque antes probamos con un foco que encendía al accionar el timbre pero tardó horas en darse cuenta. Cuando se lo hice ver, dijo que la razón era que se confundía: no sabía si en ese momento era ciega o sorda. Tras varios intentos, decidí atarle cuerdas por todo el cuerpo: en una pierna, para avisar que algo ardía en la lumbre, en los brazos, para indicarle que alguien venía subiendo por la escalera. Con todo, fue mejor ciega que sorda. Le expliqué que si alguien se metiera a asaltarla no tendría forma de defenderse. Aumenté el grado de dificultad con una mordaza que le impedía gritar, pero ella tuvo otra idea. Los pies, querido, dijo. Pienso que ese sería mi verdadero Waterloo. ¿Cómo iría a cobrar la pensión si no pudiera moverme? No pude más que sonreír. Ya se ve la clase de viuda que serás. Inválida, pero avarienta. Procedimos. Ella dobló una pierna y sujetándola por detrás con una mano me dijo: Mira, podría caminar así, a saltitos. Le expliqué que las cojas tienen problemas mucho peores que moverse o no moverse. De hecho, tienen mayores problemas que las tuertas. Un cojo está condenado a la soledad, expliqué. Jamás verás cojos en compañía de otros cojos. No son como los ciegos que suelen andar en fila india, como un ejército desorientado pero solidario. Hay escuelas para ciegos, tours de ciegos, pero ¿has visto excursiones de cojos? Tuvo que admitir que no. Un cojo no es sólo un cojo, es una fórmula compensatoria que va más allá del pie: un cojo siempre está cojo de la compañía de otro. Un paralítico, en cambio, es el centro de atención. Piensa y verás: no hay quien se niegue a empujar una silla de ruedas, aunque lo haga de mal modo. A regañadientes se hincó. Trató de avanzar de este modo pero el sobrepeso y las pantorrillas le estorbaban. ¡Es que no puedo!, dijo. Volví a sonreír. Ya verás que sin mí la vida no es tan sencilla como parece. Y aun nos queda la parálisis, añadí. La conduje al lecho y la até de pies y manos. Acostada en la cama sin poder desplazarse ¿qué podría hacer? Podrías recordarme, sugerí. Me respondió: para qué. Para matar el tiempo, por ejemplo. Si lo único que tendría sería el tiempo ¿para qué querría matarlo?, dijo. Las viudas tienen una lógica implacable. Había que prepararla para cuando la perdiera. A ver, haz de cuenta que no soy el que tú crees, ¿quién soy?, pregunté. Eres ¡un visitante! No. Eres ¡un asaltante! No. Eres… ¡el perro! Cuando se cansó, dijo: tú lo que quieres es volverme loca. Está bien, admití, dejemos este ejercicio. No conocerás esta herramienta. ¡No, por favor!, suplicó, continuemos, te lo ruego.
Los locos son convincentes hasta ese grado en que aun rebelándonos, acaban por tener la razón.






Sunday, April 14, 2013

Invenciones

del inventor Martín Camps
Poema del andante

Este poema va para los que nacieron en el mar,
para quienes nacieron a salvo de la tierra y de los hombres.
Para quienes saben que estar muerto es no tener a dónde ir
y se armaron de camino y salieron a conocer las calles,
el aire que se respira sobre los techos rojos de los pueblos
y las mujeres que acarrean agua en cubetas de madera
y a los niños que juegan a las escondidas en la plaza.
Este poema va para los que se llevaron un cuaderno
y la mochila llena de cosas importantes:
un libro, un reloj, unos zapatos negros.
Este poema va para los que no cayeron en la tentación
de comprar una casa, con su jardín verde y recámara
con vista a una pared cándida y un sótano para llenar
de recuerdos, fotos, cajas y muebles rotos.
Este poema va para el que no se quedó a partir el pastel,
para el que se fue esta mañana antes del desayuno,
para el que no fue a enterrar a sus muertos
y a desenterrar los sueños de sus muertos.
Este poema va para ese que espera en la esquina
y minutos después se sube al camión y desaparece,
porque sus pies tienen la misión del río
porque sus ojos enferman si ven algo detenido.
Este poema va para quien embarcó antes de conocer el mar,
para el que viajó sin un céntimo en la bolsa,
para el que no regresó y desandó el camino,
porque sabía que sentarse a escuchar la lluvia
era sentarse a escuchar la ovación de la tragedia.
Para él este poema para leer de corrido,
para que no pare, porque sus pasos son los que mueven la tierra.

Tres textos tres

Sobre Telly Savalas


Sobre Baudelaire


Y un cuento (versión nueva de texto viejo): "Materia prima"

http://www.letralia.com/279/letras07.htm

Poemas curativos


PODER REDIMIRSE
Lengua de plata
burlándose con un bostezo inmóvil
de las bocas cerradas
de colores rojizos,
de encías sonrosadas.

Labios morados
porque el frío
los convierte en cristales,
y las manos guardan
en cada puño
las promesas de un grito
que tal vez cambie el mundo,
o sea el simple eco de la noche
que confunde su angustia
con el llanto de un niño,
o el aullido de un perro
que le ladra a las sombras.

Lengua de plata,
mueca para quitarle el miedo
a los que cruzan el río
y llevan la medalla
de una virgen sagrada
para que les proteja
del  sol de los desiertos
que todo lo evapora.

Labios morados
porque la noche
también tiene demonios
y entre todos los infiernos
elegir estar vivo
es poder redimirse.

SI ESTÁS VIVA
Si estás viva
tendrás que acostumbrarte
al desamor
con su desapacible exuberancia;
neutralizar
cualquier indicio
de su patógena presencia
para volverte inmune
sin perder la cordura.

Ser metódica,
tragar el desafecto
con ternura
y reírte en secreto
de tu propia tristeza.

Si logras superar
este fracaso,
te harás adicta
a lo que más te duele,
al entramado hostil
de las causas perdidas
que deambulan contigo
por esa geografía
de plenitud ingrávida
que te ayuda a volar
cuando los espejismos
se mezclan con las huellas
de los rinocerontes
que lloran enjaulados.

Silencia lo que intuyes,
drena su desnudez
para que cauterice,
y nunca olvides
que el tiempo enamorado
es una medicina
que se agota,
entonces no podrás
ocultar sus secuelas.

Ana Merino, Curación (Visor, 2010)



¿El que vino a salvarme? (y no era Piñera)

El gran Salvador Raggio, flamante doctor, se tomó el atrevimiento. Vean los resultados (gracias, Salva)

http://specimens-mag.com/2013/03/psicoanalizando-a-pablo-brescia/