Compartimentos para algunas cosas que escribo, algunas cosas que otros escriben, algunas lecturas, música o cine, curiosidades...
Tuesday, September 18, 2012
La espera
de Florencia Abbate (gracias, Flor)
Retroceder
al encuentro de algo
"fatal como una flecha"
Sueño un carro con tiranos donde baila
una nena que jugando acaricia
la más profunda superficie
o
la verdad
provisional
de un deseo.
Borges y los trenes ("El Sur")
En los cuentos de Borges, el viaje
en tren indica para el personaje el pasaje hacia otro estado
mental y, en el mecanismo del relato, anticipa un giro en el argumento. En el caso de "El Sur", el viaje, por un lado,
acentúa el vaivén entre “realidad” (el primer grado de ficción del texto) e “irrealidad” (el segundo grado) y, por otro, instala una atmósfera distinta
a la precedente y más acorde con la nueva situación. En “La muerte y la brújula” Erik Lönnrot
viaja en tren hacia la quinta de Triste-le-Roy; allí encontrará su insospechado
destino de muerte. En “El jardín de senderos que se bifurcan” el tren también
es pasaje hacia una cámara narrativa: Yu Tsun—que se baja “casi en medio del
campo” (Obras completas 1: 474)—, va a cumplir con su misión de espionaje y se encuentra, como
Dahlmann, con una parte de su historia familiar, encapsulada en este caso en
una novela de un antepasado que multiplica su destino infinitamente. En "El Sur", el hecho de que el tren se detenga una
estación antes es congruente con la
serie de accidentes diseminados en el texto y abre la posibilidad narrativa al
misterio, a lo desconocido y a una “fatalidad azarosa”: funcionalmente, Dahlmann no debe llegar a su
destino espacial conocido (la estancia familiar) porque su destino existencial
desconocido lo aguarda cerca de aquella estación “en medio del campo”. Ese
espacio de “en medio” es fundamental para Borges: representa el paradigma de
las orillas, el cual no está ni en el campo ni en la
ciudad, pero participa de las dos geografías.
Borges y el sur ("El Sur")
Habría que trazar el recorrido
completo de Borges por el Sur, topos
físico y simbólico fundamental en su literatura, relacionado con lo primigenio,
el misterio, ¿la barbarie? Borges esboza una teoría de los puntos cardinales en
su prólogo a Buenos Aires en tinta china,
de Atilio Rossi: “. . . no hay un palmo de Buenos Aires que pudorosamente,
íntimamente, no sea, sub quadam specie
aeternitatis, el Sur. El Oeste es una heterogénea rapsodia de formas del
Sur y formas del Norte; el Norte es símbolo imperfecto de nuestra nostalgia de
Europa” (Obras completas 4: 119). Si se atiende a los cuentos de Ficciones y El Aleph
solamente, se observa que el sur aparece en “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”
(Herbert Ashe es ingeniero de los ferrocarriles del sur); en “Las ruinas
circulares” (el protagonista viene del sur); en “La muerte y la brújula”
(Scharlach pertenece al bando del sur y allí se encuentra la quinta de Triste-le-Roy)
y en los espacios de “El fin”, “Historia del guerrero y la cautiva” y
“Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”, entre otros relatos.
Borges y las gallinas
Hacia fines de los cincuenta, Borges ha pasado a ser
una figura fundamental en el panorama literario argentino. Lejos están los días del nombramiento en 1946 como “inspector de aves y conejos”, lo que
significó el alejamiento de su puesto de asistente en la biblioteca Miguel
Cané. Frente a las versiones oficiales (como la de Borges en su autobiografía y
la de Emir Rodríguez Monegal, de la cual se hacen eco muchas otras biografías) que
hablan de una humillación fraguada por el gobierno de Perón —Borges entre las
gallinas, o sea, cobarde—, Jorge B. Rivera, en “Borges, ficha 57.323”, intenta
aclarar algunas cosas. Entre 1945 y 1946, Borges firmó varias declaraciones
políticas en contra del nazismo y a favor de la democracia. Una de ellas,
firmada en enero de 1946, ocurre
mientras está en vigencia el decreto promulgado por el gobierno de facto del
General Farrell que prohibía a funcionarios públicos “suscribir manifiestos o
declaraciones de carácter político” (35). A causa de su “desacato”, a Borges se
le hace un sumario y se lo apercibe, según el decreto del 15 de abril de 1946. Perón asume la
presidencia de Argentina el 4 de junio
de 1946. El discurso de Borges (no leído por él) durante la comida que le
ofrece la SADE en agosto de 1946 se
refiere al episodio del nombramiento: “me ordenaron que prestara servicios en
la policía municipal” (Borges en Sur,
303). En su biografía del escritor argentino, María Esther Vázquez recurre al testimonio del entonces secretario de
Cultura de la Municipalidad, Raúl Salinas. Instaladas las autoridades peronistas,
desde la intendencia de Emilio Siri le llegó a Salinas una lista de los
cesantes; Borges figuraba allí. Francisco Luis Bermúdez, amigo de Borges y
adscripto a la secretaría, le pidió al secretario que no lo echara. “Entonces
decidí trasladarlo a la Escuela de Apicultura de la Intendencia”, dice Salinas
(Borges: esplendor y derrota, 191). Rivera sostiene que Borges no fue dejado cesante por una confabulación
peronista, sino que renunció a su cargo el 28 de junio de 1946, apenas dos semanas después de la asunción de Perón. Según
Rivera, la supuesta designación como inspector de aves y conejos no tiene
“huellas formales oficiales” (40). En una entrevista de julio de 1946, Borges dice haber recibido un llamado que confirmaba
la designación humillante; ante su queja —“aduje que yo sabía mucho menos de
gallinas que de libros”, le responden que era una sanción por andar
“haciéndo[se] el democrático” ostentando firmas; luego dice Borges que de la
Municipalidad le comunicaron que estaban esperando la renuncia (Textos recobrados (1931-1955), 358-360). Ante este pesadillesco (y
borgeano) argumento, puede afirmarse que ciertos sectores políticos e
intelectuales —e incluso Borges, a su manera— aprovecharon la situación para
erigir al escritor en, como dice Vázquez, “símbolo de la resistencia
intelectual” frente al peronismo (192).
Friday, September 7, 2012
Una definición
de Pedro Calderón de la Barca en su obra No hay burlas con el amor (habla don Juan de Mendoza):
no es esto
lo peor, sino es hablar
con tan estudiado afecto
que critica impertinente
varios poetas leyendo;
no habla palabra jamás
sin frase y sin rodeos;
tanto que ninguno puede
entenderla sin comento.
Una definición... ¿de los políticos, de los intelectuales oscuros, de la (mala) crítica, de la (mala) literatura?
no es esto
lo peor, sino es hablar
con tan estudiado afecto
que critica impertinente
varios poetas leyendo;
no habla palabra jamás
sin frase y sin rodeos;
tanto que ninguno puede
entenderla sin comento.
Una definición... ¿de los políticos, de los intelectuales oscuros, de la (mala) crítica, de la (mala) literatura?
Monday, September 3, 2012
Se trata de compartir...
textos del escritor Pablo Martín Sánchez (www.pablomartinsanchez.com): lúdicos, inteligentes, veloces, imaginativos. Gracias a mi tocayo, por compartir.
Rigor mortis
Llevaba unos tejanos
rotos y una camiseta naranja con un dibujo del Pato Donald. Por eso me
sorprendió cuando apareció en mi cuarto y me dijo:
—Hola, soy la
Muerte.
Había que ganar tiempo
como fuese, así que respondí lo primero que me pasó por la cabeza:
—Perdona, pero estás
muy equivocada: la Muerte soy yo.
Se quedó de piedra,
desconcertada, como intentando evaluar si a ella también le habría llegado la
hora. Posó su mirada sobre mi pijama azul con dibujos del Tío Gilito y pareció
entenderlo todo, porque inmediatamente respondió:
—Lo siento, lo
siento de veras… Debe de tratarse de algún error. Revisaré mis archivos…
—No importa, no
importa –le dije con una amplia sonrisa mientras la acompañaba tranquilamente
hacia la puerta de salida–. Otra vez será.
Musitó una nueva
excusa y desapareció por el hueco de la escalera. Entonces cerré rápidamente la
puerta y corrí hacia el armario de mi cuarto. Saqué la escopeta de caza y me
aposté en la ventana que daba a la calle. En cuanto vi la camiseta naranja
salir del portal disparé dos veces. Y antes de que cayera al suelo le grité:
—¡Nunca me han
gustado los cargos vitalicios!
“Jódete”, pensé
mientras cerraba la ventana. “Por lo de mi tío Anselmo.” Entonces volví
tranquilamente al armario, dejé la escopeta y empecé a buscar entre mis ropas.
Una camisa floreada y unas bermudas a rayas me parecieron la combinación ideal
para mi nuevo cargo. “Lo importante es pasar desapercibida”, me dije observándome
en el espejo.
Salí a la calle y me
puse a trabajar, pensando ya en las vacaciones.
Metamorfosis
En Barcelona hay una
plaza con una espiral.
Miento: en Barcelona
había una plaza con una espiral. No es que la plaza haya desaparecido, es que
ha desaparecido la espiral.
Pero ya estoy
mintiendo otra vez: la espiral no ha desaparecido, sólo se ha transformado.
Es una plaza
asfaltada, redonda, amplia, despejada y solitaria, desde cuyo centro surge (o
surgía) una enorme espiral de pintura blanca, que desaparece tras girar sobre
sí misma en el sentido de las agujas del reloj. Tendrá unos veinte metros de
diámetro (si es que es posible hablar de diámetro tratándose de una espiral) y
el grosor de la línea rondará los treinta centímetros. Tal como empieza, se
acaba: abruptamente. Como la vida o una novela inacabada. Suelo ir a pasear por
allí al caer la tarde. Me gusta sentarme en los bancos que rodean la plaza y
reseguir con la vista la espiral de pintura blanca. Algunas veces, incluso, si
no hay nadie en la plaza, me aventuro a recorrer a pie la sinuosa línea: pasito
a pasito, punta con talón y talón con punta, avanzo lentamente con los brazos
en aspas y la mirada baja. Sísifo funambulista en infinita penitencia. Seguro
que no soy el único que lo hace, siendo la tentación tan fuerte. Hacer y
deshacer la espiral. Hacer y deshacer y hacer y deshacer una y otra vez la
espiral. Una forma como cualquiera de ordenar mi vida. Pero ahora estoy
confuso: la espiral se ha transformado.
Ocurrió la semana
pasada. Al caer la tarde de un caluroso día de verano. Estaba tan absorto en
mis pensamientos que sin darme cuenta llegué al centro de la espiral. No había
nadie en la plaza y empecé a reseguir maquinalmente la línea de pintura blanca.
Pero al llegar al punto en que habitualmente se acaba la espiral y doy media
vuelta, la línea seguía. Quedé profundamente desconcertado. Cierto es que la
pintura era menos intensa y el trazado más irregular, pero al alzar ligeramente
los ojos comprobé que continuaba todavía unos metros y giraba entonces
repentinamente hacia la izquierda. Continué caminando con la mirada baja, talón
con punta y punta con talón. Giré a la izquierda en el recodo y levanté la
vista: la pintura se prolongaba en línea recta veinte o treinta metros más,
abandonando la plaza y perdiéndose en el cambio de rasante de la acera que
anuncia la calle. Di un respingo. Y me puse a correr. Al llegar a la acera, la
línea de pintura terminaba, coronada a poca distancia por un punto blanco de
unos cincuenta centímetros de diámetro. Me di la vuelta, y la perspectiva puso
ante mis ojos con claridad meridiana el resultado de la metamorfosis: la
espiral se había convertido en un enorme y alambicado signo de interrogación.
Desde entonces no he
vuelto a ir a la plaza. Me inquieta la posibilidad de que se hayan producido
nuevas transformaciones. En el bar donde desayuno cada mañana presto atención a
los comentarios de la gente; y aunque todo el mundo actúa como si no hubiese
ocurrido nada, puedo percibir en sus miradas esquivas y en sus inhabituales
silencios un poso de preocupación. Pero si me he decidido a escribir estas líneas
es porque hace unos minutos ha ocurrido un hecho excepcional: han llamado a la
puerta de mi casa. Yo no suelo recibir visitas. He abierto. No había nadie,
pero en el suelo habían dejado un sobre. En el anverso, una espiral dibujada;
en el reverso, un interrogante. He salido corriendo al balcón, con el tiempo
justo de ver a una chica de pelo moreno y alborotado alejándose calle abajo. Le
he gritado no recuerdo qué y se ha girado. Me ha parecido que sonreía. Con un
dedo ha dibujado en el aire la forma de un interrogante y ha desaparecido al
girar la esquina.
El sobre me quema en
las manos. Hay algo duro dentro. Lo miro, lo huelo, lo abro. Tan sólo hay un
CD. Lo introduzco en el ordenador. Es un vídeo de unos tres minutos. Al acabar
la proyección, respiro aliviado. Sonrío. Enciendo un cigarrillo y vuelvo a la
plaza.
En Barcelona hay una
plaza con un interrogante.[1]
[1] Nota del
editor: El autor nos envió, junto al manuscrito de Fricciones, una copia del vídeo de tres minutos que arroja algo más
de luz sobre la metamorfosis de la espiral. El lector curioso que quiera
conocer el contenido de la grabación no tiene más que entrar en la web de la
editorial (www.edalibros.com) y desentrañar el misterio.
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