Monday, May 20, 2013

Una entrevista (texto y video) y la columna mensual de sub-urbano


(gracias Nahum y Miguel Angel)

La columna, aquí: http://sub-urbano.com/el-alma-por-el-pie-4. Y debajo (¡lean la revista!)  

El alma por el pie
Pablo Brescia
La oculta profecía del septiembre 11

En 1954 el escritor mexicano Juan José Arreola publica La hora de todos (juguete cómico en un acto). El título refiere claramente a la sátira moral y política de Quevedo y el epígrafe a un personaje protagonista del cuento de Franz Kafka, “El vecino”. Su nombre es Harras, el director de la farsa quien presenta la historia del “juicio” de Harrison Fish, el protagonista de La hora de todos. Es un magnate estadounidense que ha hecho fortuna y ahora es parte de Wall Street. La acción se desarrolla en el piso 70 del Empire State Building de Nueva York la mañana del 28 de julio de 1945 (el 8 de mayo marca el final de la Segunda Guerra Mundial en Europa; el 6 de agosto un B-29 denominado Enola Gay lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima). El megáfono es un actante que vocifera las imprudencias en la vida de  Fish; la trama se complica con varios planos temporales y narradores. El humor es absurdo, rayano con  lo grotesco. La hora de todos es, claro, la hora de la muerte y hacia allí se dirige el final:
—HARRISON FISH, totalmente trastornado:
—¡Asco! ¡Tengo asco! Gritando. ¡Sí, tengo asco! ¡Asco! ¡Asco de todos! El ruido del avión crece hasta hacerse insoportable. Harras, con un gran suspiro de alivio, consulta su reloj y hace una señal con la mano. Sobreviene el choque. Al mismo tiempo se apaga la luz.
En 1954 Arreola idea un texto literario que finaliza con un avión chocando contra el Empire State, en ese entonces el edificio más alto de los Estados Unidos. La viñeta que ilustra la portada del libro, dibujada por Elena Poniatowska, muestra el avión estrellándose contra el edificio. Cuarenta y siete años después, el 11 de septiembre del 2001, ocurre el ataque a las torres gemelas de Nueva York. Mucho se habló de cómo ciertos discursos de ficción, específicamente el cine, habían anticipado este evento. Cabe preguntarse: ¿Veía el futuro Arreola? ¿Penetraba en los abismos del ser y se imaginaba farsas apocalípticas, Juicios Finales que luego se convertían en realidad? Sí y no. Porque en esta ocasión, la realidad nos corrige la página. El día que Arreola elige para su juguete cómico, a las 9:40 de la mañana un bombardero B-25 se perdió en la niebla de Nueva York y se estrelló contra el piso 79 del Empire State. Hubo 14 muertos y 26 heridos. Las últimas palabras del piloto, el coronel William F. Smith, fueron: “Desde donde estoy, no puedo ver el Empire State”. Arreola leyó el cable periodístico —Harras lo cita en el final de la obra— y construyó una ficción a partir de un hecho real. ¿Arreola Profeta? Más bien provocador; como dice el final de “La trama”, de Borges, sobre su personaje: “Lo matan y no sabe que muere para que se repita una escena”.
Las máquinas de guerra son una versión negativa para Arreola de la tecnología y el escritor mexicano aprovecha el accidente para ofrecer un juicio moral sobre un personaje arquetípico: el hombre capitalista sin escrúpulos. El proceso aquí es de retroalimentación, si se quiere: la realidad nutre a la ficción y ésta construye un mundo que, a la vez, encuentra resonancias en una realidad futura.
 

Y el pescador dijo: “Habla y abrevia tu relato
porque de impaciente que se halla mi alma
se me está saliendo por el pie”.
Las mil y una noches.