Thursday, November 20, 2014

Edición cartonera: Gente ordinaria

En marzo anduve por México, presentando la edición mexicana de Fuera de lugar (en Mérida con Rosa Beltrán, Oswaldo Estrada y Adriana González Mateos y en el DF con Sandra Lorenzano, Ana García Bergua y Alberto Chimal). Pero también fue la ocasión de presentar Gente ordinaria, libro cartonero editado por Librosampleados. Contiene 5 cuentos: "Maneras de estar muerto", "Cacería", "Parábola del esclavo moderno", "Ellos" y "Código 51". Gracias a Nahum Torres y a María Amor, por confiar en mis cosas y emprender estas bellas ediciones. Aquí, fotos y debajo uno de los textos (micro)


Parábola del esclavo moderno

SE OFRECE ser humano, 55 años, buena presencia. Ex-funcionario público de dilatada aunque brillante carrera en organismo gubernamental se presta para todo tipo de tareas. Supo brindar invaluables servicios a la comunidad. Declarado redundante por la Comisión Pro Desmantelamiento del Aparato Estatal Ineficiente y Obsoleto y por el Comité de Apoyo a la Modernización de Nuestro Pueblo. Desocupado hace cinco años; sin perspectivas de empleo futuro. Mujer e hijos efectuaron abandono del hogar luego de constatar falta de dinero y recursos para la subsistencia. A punto de perder la propiedad por falta de pago del crédito hipotecario. En necesidad urgente de efectivo a fines de evitar que lo pongan en la calle. Habilidades: gran disposición para la apertura de puertas, sonrisa fácil, lavo, plancho, cocino y juego a los naipes. Me adapto a los requisitos de ambos sexos. Comunicarse al 777-3434 (si todavía funciona). Psicópatas, maníacos sexuales y porteros, abstenerse. $6000 por un año sin opción de compra porque la dignidad no se vende, sólo se alquila.

                      

Monday, November 17, 2014

¡Se hizo esperar pero aquí están! González Mateos



Adriana González Mateos, "Queso de puerco"

Se encontró un cadáver cuya cabeza había sido sustituida por la de un cerdo. El periódico da la noticia en el marco de una serie de asesinatos sucedidos en un lejano lugar desértico que apenas conoces aunque es parte del país, lo has visitado, conoces gente de ahí. Tu primer impulso es voltear la página, leer algo distinto. El miedo parece extenderse sobre el papel y empezar a chorrear al suelo con un sonido opaco. Sabes que se quedará ahí, impregnado, atrayendo piaras de insectos. Por un instante detestas al periódico, a toda esa gente que trabaja día tras día para hacer posible que la información fresca llegue tu mesa. La frase te da náuseas. Decides limpiar el refrigerador para tirar el menor vestigio de carne, el más pequeño indicio de lo que alguna vez haya sido un cerdo. 

En realidad quisieras estar en otro mundo.

No es tan fácil. La imagen hace su trabajo en ti. Aunque quisieras, no puedes evitar otras: los pasos de quien fue acorralando a ese hombre, probablemente un panzón con sombrero que gastaba dinero en hebillas y manejaba camionetas. No te cuesta mucho imaginarlo a él, pero el perseguidor es más difícil: él, ellos huyen de tu mente, que en cambio hace esfuerzos por seguirlos, quizá porque mientras permanezcan en las sombras no podrás librarte de sus siluetas agazapadas tras las puertas.

Empecemos con eso: él, ellos tienen que haber usado zapatos. La mañana de un asesinato, quien va a cortar una cabeza se sienta como todos los días a amarrarse los zapatos, dedica unos segundos a preguntarse qué calcetines, se mira en el espejo. Y después no cuesta nada imaginar que va a algún lado a cenar. Tú ya estás lavando platos y procuras olvidar la noticia: ellos sin duda acabaron el trabajo y en el trayecto hacia lo que seguía (¿irían por unos tacos?) quizá prendieron el radio y buscaron su música favorita.

¿Hicieron chistes?

En ese viaje hacia los tacos uno de ellos imitaba los gritos de pavor del muerto, sus maldiciones al verse perdido, sus juramentos de venganza, todo en un falsete ridículo que hacía carcajearse a todos: chillaba como un cerdo.

Ninguno quería despedirse, nadie quería quedarse solo. Por eso siguieron la parranda hasta muy tarde, tomaron cantidades navegables y se metieron lo que pudieron. Varias mujeres les ayudaron a desempeñar sus papeles, dejándose amasar y desnudar, bailando con ellos, riéndose todavía más fuerte. Nadie se rajó contando lo que habían hecho, y a ellas tampoco les interesaba enterarse, que ya bastantes preocupaciones tenía cada una tratando de llegar al fin de la semana sin caer en problemas imprevistos.

Debe haber sucedido así, sin nada inesperado que los aparte a ellos o a ti de los lugares comunes más flagrantes que permiten el funcionamiento de las cosas. O tal vez uno de ellos está a punto de quebrarse y se pregunta por qué está viviendo esta noche. No acaba de pasársele el olor de la sangre, le regresa en medio de la parranda, quiere espantársela como las vacas se espantan las moscas con la cola, aunque los cerdos tienen una piel muy dura y conviven con ellas sin tantos remilgos.

A él le molestó percatarse de que la sangre del muerto se estaba mezclando con la del cochino. Le pareció mal y se limpió las manos, pero tuvo que seguir trabajando, se encargó de que al final los dos cadáveres parecieran uno. Eso ya no lo cuenta el periódico: en algún lugar apareció un puerco degollado con una cabeza de hombre paralizada en un gesto de escándalo. Porque él es así: en algún momento se dejó llevar por la pasión de lo que estaba haciendo. Lo obsesionó pensar que la cabeza se quedara suelta. Se dio sus mañas para conseguir ese remate que a los demás no les importa, pero a él le da una sensación de deber cumplido, de no haber dejado cabos sueltos. Esa fama la tiene bien ganada: es muy cuidadoso con lo que hace. Los demás repelaron un poco por la pérdida de tiempo pero lo dejaron hacer. Están acostumbrados y prefieren no llevarle la contraria.

Por eso es un poco raro que ahora, en medio de la música y el aguardiente, el olor le regrese de vez en cuando y lo haga fruncir la cara. Si él se aseguró de dejar todo terminado. La mujer sentada en sus piernas intuye algo, porque extrema sus ternuras y sus chistes y le acerca las tetas a la cara. Antes de agarrárselas él piensa que se las ofrece como si estuvieran en un plato, bien aderezadas. Para espantar esas ideas levanta un cuchillo de la mesa y se lo pasa a ella por el cuello, mira cómo su piel se va erizando al contacto con la hoja. Mira su sonrisa congelada, su decisión de fingir que acepta esa caricia como cualquier otra.

Más tarde ella va a llorar sin poder recuperarse, pero va a ser porque se le rompió un zapato y ahorita no tiene dinero para comprarse otros.

Como si fuera un paso más en la rutina, otra de las pequeñeces necesarias para limpiar la cocina, doblas el periódico y lo tiras a la basura, que en ese mismo instante sacas de la casa.

Cuando regresas te molesta un poco la limpieza: el piso de mosaico recién trapeado, los platos escurriéndose, la mesa impecable te parecen un poco fuera de lugar. Te remuerde tu cocina. Cierras la ventana, aunque la mañana es linda y hasta este momento te había gustado tener como fondo el canto de los pájaros. Pero quieres dejar por un rato fuera el mundo de donde vienen los periódicos. Te paras a la mitad del cuarto, preguntándote qué más debes tallar para subrayar esta blancura. En el borde de la ventana, donde hace un momento se posó tu mano, alcanzas a ver la lenta formación de un charco que va engordando poco a poco, como si el líquido rojo tuviera la espesura, el olor del que tú tampoco consigues olvidarte.




Thursday, November 13, 2014

¡Se hizo esperar pero aquí están! Chimal

Alberto Chimal, "El gato del viajero del tiempo (díptico invertido)" 

II
 
No hay que ponerle “Miau” a los gatos: lo primero que hizo el del Viajero del Tiempo, lo primero, fue ir y perdérsele de vista en algún siglo. El Viajero no vio cuál: además de que la gran mayoría se parece, la máquina iba a toda velocidad. Sólo una ventanilla estaba entreabierta, pero un gato, como se sabe, puede escapar por donde sea.
 
Y así, durante un periodo indeterminado, el Viajero buscó a su gato por las eras prehistóricas y los futuros remotos, por los tiempos despoblados y los repletos, por los siglos de belleza y los de horror.
 
Es por esto que en todas las épocas, sin excepción, se cuenta la leyenda del Loco: el hombre que va por campos y ciudades, sin detenerse, siempre angustiado, gritando:
 
—¡Miau! ¡Miau! ¡Miau!
I
 
El Viajero del Tiempo encontró a su gato en una bolsa de papel en un callejón infecto en una ciudad oscura en un siglo amargo. Era un cachorro sucio y tembloroso. Tenía los ojos cerrados por una infección y la panza hinchada de parásitos. Sólo viviría si alguien le daba largos cuidados.
 
El Viajero pensó que el lugar y el tiempo en el que estaba se parecían a muchos. Pensó también en lugares aún más horribles, de los que sabía: templos de la crueldad contra toda criatura viviente. Por los pasillos del tiempo se oiría siempre el eco de muchas voces doloridas. Y él, con su bolsa de papel en la mano, caminando de vuelta hacia su máquina, a enmendar aunque fuera una sola cosa.


Monday, January 20, 2014

Libros nuevos del 2013

I. Les anuncio:  FUERA DE LUGAR

La UNAM tuvo la feliz osadía de re-editar Fuera de lugar.

El índice:
Lugar: Realismo sucio/La belleza sobre mis rodillas/Objetos raros/Para llegar a D.F.W./Frank Kermode/La manera correcta de citar

Fuera: Mire, por favor,/Tristezas de aeropuerto/Lapivideo/El hombre sándwich/Los viajeros/Los acantilados de Tojimbo





II. Les recuerdo:  ESC

Gracias a la iniciativa de Pedro Medina y la editorial sub-urbano, apareció ESC, primera antología electrónica que recoge 12 de mis relatos, algunos provenientes de mis dos libros anteriores y otros que estaban viajando por diversos medios; se incluye además un inédito. El precio simbólico de u$ 3.99 apunta a difundir a escritores hispanos y crear, como dice Pedro, un ecosistema literario latino en los Estados Unidos. Aquí, el enlace: 
El índice:
Control: La novela de Borges/Te llegó la hora/Objetos raros/El último héroe
Alt: Parábola del viaje/Cacería/Gestos/Frank Kermode
Del: Maneras de estar muerto/Mire, por favor,/Los amigos son los amigos/El ladrón de besos
  
 
 

Radio, dos entrevistas y una reseña

La música, crítica literaria y escritora Sandra Gasparini reseñó Fuera de lugar en Bazar americano. El enlace, aquí:

http://bazaramericano.com/resenas.php?cod=390&pdf=si

Con motivo de la aparición de ESC, Ainara Mantellini Uriarte me propuso una conversación sobre la lectura. Lo que dialogamos, aquí:

http://sub-urbano.com/no-conozco-un-lazo-mas-intimo-que-el-del-lector-y-el-texto-que-esta-leyendo-entrevista-al-escritor-argentino-pablo-brescia/


En mi viaje a Lima, Perú (octubre 2013) mi colega Christian Elguera Olórtegui preparó una aguda entrevista sobre mis proyectos de crítica y mi trayectoria cuentística. El resultado, aquí:

http://redaccion.lamula.pe/2013/11/27/la-angustia-le-propone-un-contrapunto-a-lo-sobrenatural/christianelguera/

También recibí la cordial invitación a participar del programa Radiópolis en Radio Nacional de Perú. Aquí, una foto tomada por mi amigo Gianmarco Farfán Cerdán:




Las columnas de sub-urbano

Aquí están, estas son, las columnas de los últimos meses de mi sección El alma por el pie:

Sobre Björnstjerne Björnson, http://sub-urbano.com/el-alma-por-el-pie-11/

Sobre los 100 años de Camus,http://sub-urbano.com/el-alma-por-el-pie-10/


Sobre Ernesto Sábato y sus fantasmas, http://sub-urbano.com/el-alma-por-el-pie-8/

Sobre apuntes de filosofía, http://sub-urbano.com/el-alma-por-el-pie-7/

Sobre Cortázar y la masacre de Newtown, http://sub-urbano.com/el-alma-por-el-pie-6/

Sobre Baudelaire y el vino, http://sub-urbano.com/el-alma-por-el-pie-5/


Dos cuentos

I. "Ahí viene la plaga", microcuento integrante de la antología 201

Blanco. El corredor era blanco. El tapizado de las paredes, rojo. Rojo y blanco. Los que dicen que no reconocemos colores se equivocan, como siempre se equivocan con nosotros. Sabíamos que estaban en la 201, la habitación al final del pasillo. En la 201, dijeron los comandos de la resistencia. Podrán entrar, pero será imposible salir, dijeron. Durante nuestro cónclave tuvimos el ánimo intranquilo (son muchos, son fuertes, son el futuro tal vez), pero sobrevolaba una certeza: no habría piedad. Y con ese mantra nos dimos valor unos a otros. Sin piedad. A la 201 sin piedad. Había que acabar con la infestación de nuestro mundo oculta detrás de esos números. Los que dicen que no reconocemos números se equivocan, como siempre se equivocan con nosotros. Con rapidez, con persistencia, nos deslizamos hacia la puerta. Detrás de ella se había acumulado el mal. A pesar de nuestras imposibilidades físicas, de nuestro miedo innato, logramos hacer el ruido necesario. La puerta se abrió. En eso que llaman cara de eso que llaman mujer se dibujó el horror de nuestros ojos, rojos y blancos. Atacamos. Detrás de ella salió eso que llaman hombre. Y entonces el gas cubrió la 201 sin piedad alguna.


II. "Materia prima" (nueva versión de "Tratado de geometría") en la revista venezolana Letralia
http://www.letralia.com/279/letras07.htm

Escritor invitado: Francisco Díaz Klassen

El amigo Francisco ha donado un cuento para Preferiría (no) hacerlo. Gracias! Ahí va:

CUANDO ESCUCHÉ AL CAMPEÓN
DE DAMAS ESTILO LIBRE

Me lo presentó el azar.

Estaba almorzando solo en el hall de la universidad, situación que a veces me produce cierto placer (si estoy leyendo algo bueno, si estoy escribiendo algo bueno, si hay mujeres guapas a mi alrededor), y a veces termina por deprimirme (si no sucede nada de lo anterior, pero también si el día ha sido largo o se avecina largo, tengo trámites engorrosos que cumplir o, por el contrario, no tengo nada que hacer: esas veces prefiero almorzar acompañado, perderme en el sopor de alguna conversación divertida, algo banal, en la copucha malintencionada, en sueños de futuros alternativos que son imposibles de alcanzar).

Se llamaba Bairon. Tal cual. (Luego —otro día— revisaría su cédula de identidad y lo confirmaría, algo decepcionado: Bairon era —es aún, espero— un personaje tan fascinante que me pareció impropio de él presentarse con su nombre verdadero.) Vestía jeans, zapatillas para correr blancas y una camiseta también blanca en la que, además de su panza, resaltaba una mancha de café a la altura del pecho que parecía un continente sin explorar. El pelo largo y enteramente cano se le mezclaba con una barba gris descuidada y amarillenta.

Estaba sentado en una mesa contigua a la mía, jugando damas consigo mismo. Yo soy algo tímido de día (y sin alcohol, habría que agregar) pero pudo más la curiosidad. Me acerqué sin saludarlo. Simplemente me senté en su mesa y tomé un trago largo de mi Pepsi light. Después lo miré jugar. Él no se inmutó. Le achunté, pensé.

Bairon era campeón de damas. Yo no sabía ni sé aún si hay o no campeonatos de damas, pero él se presentó de esa forma: "Hola Francisco, mi nombre es Bairon. Soy campeón de damas". Sentí envidia de él. Yo sólo era capaz de presentarme con mi nombre. No era ni soy campeón de nada. Pero Bairon no invitaba al resentimiento. Bairon era un pensador.

"¿Has jugado damas tú alguna vez, Francisco?" Eso me preguntó.

"No. Nunca". Eso le contesté.

"En el juego de damas", me dijo, "las movidas que menos perturban tu posición en el juego son las más proclives a perturbar a tu oponente".

"¿En serio?" (No se me ocurrió otra cosa que decir.)

Bairon pareció no escucharme. Continuó hablando:

"Como todos los asuntos que conciernen al juego de damas, éste también se aplica a todos los campos de la vida. Te daré un ejemplo, Francisco: la indiferencia fingida —estoy seguro de que la conoces, la has padecido o la ejercitas— es el mejor señuelo, aun cuando no se trate más que de una actuación sucia y engañosa. En el juego de damas y en la vida, a fin de cuentas, todo lo es".

Después de decir eso se fue, y yo me quedé en la mesa, solo, ligeramente abatido, con una lata vacía de Pepsi light y las sobras de una enseñanza que sospechaba no llegaría nunca a aplicar.

Llamé a una de las camareras y le pedí que me trajera una tartaleta.


Pensaba que Bairon quería transformarme en su discípulo. Enseñarme todo lo que había que saber sobre las damas y esas cosas. Empezamos a vernos en el hall con cierta frecuencia; al menos una vez a la semana. Él jugaba contra sí mismo mientras hablaba. Yo lo miraba jugar y escuchaba, tomando Pepsi light y comiendo tartaletas.

A veces Bairon decía cosas como: "Los tontos creen que el ajedrez es el juego que juega la gente inteligente". Decía una cosa como ésa y después se me quedaba mirando, como esperando una reacción. Yo ya le conocía el truco, así que me limitaba a mirarlo de vuelta y esperar, sabiendo que la explicación no tardaría en llegar. "Miran a las damas peyorativamente, como algo menor. Están profundamente equivocados. El ajedrez no tiene nada que ver con la inteligencia. El ajedrez es un juego que sólo usa la memoria. Se trata de memorizar jugadas y aplicar lo memorizado. Sólo eso. No hay mayor pensamiento allí. Por eso es que juegan contra máquinas, Francisco. ¿Te das cuenta? Pero yo te pregunto esto a ti: ¿cuál es la máquina, ahí, en esos juegos? ¿Cómo diferenciarlos? El juego de damas, en cambio, es un juego humano. Por eso se parece tanto a la vida. Es en apariencia sencillo (los movimientos son pocos y poco intrincados), pero una vez que empiezas a jugarlo descubres lo difícil que es, las infinitas posibilidades que se van abriendo a medida que el juego avanza, lo concluyente —o, por el contrario, influyente— que puede ser cada uno de tus movimientos. Y te digo aún más: las movidas que alguna vez se creyó que llevaban al empate, ahora se sabe que llevan a perder; movidas que alguna vez se creyó que llevaban a ganar ahora se sabe que llevan a empatar. El juego de damas es un flujo constante".

Cosas como ésa solía decir Bairon, mientras estábamos sentados en el hall, rodeados de profesores de letras y una que otra alumna que iba a sentarse allí a aparentar leer a Salinger o al escritor entretenido de turno (Haddon, Kalfus, Safran Foer).

Yo pensaba que Bairon quería transformarme en su discípulo. Pero estaba equivocado; su interés por mí no iba por ese lado. Que yo recuerde, nunca me ofreció jugar una partida siquiera. Lo que Bairon quería era alguien que lo escuchara. Nada más. Cuando lo supe me pareció el arreglo ideal: no me gustan los juegos y tampoco que me enseñen cosas. Pero siempre he creído que hay algo en escuchar a la gente que no cansa nunca.

Bairon quería que alguien lo escuchara porque se estaba muriendo. Tenía un cáncer de pulmón, lo mismo que acabó con mi madre. Le dije algo al respecto cuando me lo comentó, por decirle algo (porque algo había que decir). Le dije que cuando supimos la noticia de boca de mi madre, mi padre le dijo lo siguiente: Todos nos vamos a morir.

Bairon se quedó pensativo unos segundos, movió una de las piezas negras, y después habló, sin despegar la vista del tablero:

“Sí, todas las partidas tienen un final, Francisco. Pero cuando llega el final de la partida, hay tres posibles desenlaces: o bien ganaste, o perdiste, o empataste. Y no es lo mismo ganar a empatar, empatar a perder”.

En ese momento pensé que, interesante o no, había una alta posibilidad de que Bairon fuese un imbécil.


Lo que recuerdo de la última vez que vi a Bairon:

“Cada movimiento hacia adelante crea una debilidad, Francisco. Tú no juegas damas, lo sé, pero recuerda eso, nunca lo olvides. Recuérdalo cuando trates con mujeres, cuando hagas amigos, cuando estés con tu familia, cuando escribas, cuando juegues a la pelota. Para estar seguro de tu posición, debes empezar por dudar de ella. Pensar —¡saber!— que todo puede pasar. La comodidad crea sopor; el sopor trae consigo banalidad. Ése es el momento para moverse, no otro”.

"Hay gente que cree que la vida es distinta de los juegos de mesa en que éstos son juegos de suma cero (es decir, que para que ganen unos deben perder otros). La vida, de acuerdo a estas personas, tiende a dejar espacios para que haya múltiples ganadores. Incluso, más que dejar espacios —dicen ellos— lo que hace la vida es buscar que todos ganen. Como si en vez de un oponente a derrotar, se buscara un resultado del que pudiera beneficiarse toda la humanidad. Esto es una falacia, por supuesto. Uno vive bien —y escucha lo que te digo, Francisco— sólo en la medida en que sabe que hay otro viviendo mal o peor que uno. Y aún más: se vive mejor cuando la acción directa de nuestros actos nos encumbra a la vez que deja por los suelos a otro. Cuando uno de estos dos factores nos falta, nos embarga una sensación de vacío. Un vacío que los cristianos llenan con un sucedáneo de la nada al que llaman fe, que los jóvenes reemplazan con sexo desenfrenado y ojalá anónimo, que los viejos buscamos en los recuerdos tergiversados de un pasado que nunca llegó a pertenecernos del todo".

Ante esto último, recuerdo haberle dicho que creía que estaba siendo demasiado críptico, que no me quedaba muy claro a qué se refería. Me contestó sin contestarme, como solía hacerlo, yéndose por las ramas: 

“Con Tom Wiswell jugábamos damas en los tableros públicos del Seaside Park en Coney Island, cortesía del departamento de parques y esparcimiento de la ciudad de Nueva York. No había nada más barato que eso. Apenas si necesitabas diez centavos para comprar las piezas. Y había algo reconfortante en estar rodeado de jubilados e inmigrantes, de pordioseros que llevaban años viviendo en el parque, Francisco. Como si el tiempo fuera algo vivo, asible. ¿Me entiendes?”

Asentí con la cabeza, algo mosqueado. Pero luego dije, olvidándome de la pregunta anterior: “¿Quién es Tom Wiswell?”

“Tom Wiswell es una leyenda”, respondió Bairon. Y continuó: “Tom Wiswell fue campeón mundial de damas estilo libre. Tom Wiswell me enseñó a jugar damas estilo libre. Tom Wiswell se retiró después de haber sido campeón invicto durante 25 años. Tom Wiswell es un genio. Tom Wiswell es un idiota. Tom Wiswell es un filósofo New Age de cuarta categoría. Tom Wiswell dice cosas como: Antes de cada juego piensa lo siguiente: Puedo defenderme de mis oponentes, pero ¿quién me defenderá de mí mismo? Tom Wiswell tiene millones de frases como ésas anotadas en un cuaderno. Tom Wiswell les llama proverbios. Tom Wiswell me obligó a aprenderme todas sus frases-proverbios de memoria, al punto de que ya no sé cuándo el que habla es él, cuándo yo. Tom Wiswell jodió con mi cabeza, me jodió la existencia. Tom Wiswell consiguió hacer de mí un campeón mundial de damas estilo libre. Tom Wiswell consiguió que me echaran de la federación y me retiraran todos mis títulos y me deportaran de los Estados Unidos y tuviera que venir a caer a este país de mierda. Tom Wiswell está muerto”.

Vi a Bairon pararse de la mesa y alejarse. Lo esperé veinticinco minutos. No volvió. Luego guardé el tablero y las piezas en mi maletín, pagué mi Pepsi y mi tartaleta, así como el Express de Bairon, y me fui a una reunión. Llegué cinco minutos tarde pero nadie pareció reparar en mí. Al salir todavía se repetían en mi cabeza las últimas palabras que me había dicho. «Tom Wiswell está muerto». Tom Wiswell estaba muerto. Eso tal vez fuera cierto. Tal vez fuera cierto asimismo que Bairon estaba por morir, de un cáncer de pulmón. Tal vez yo mismo estuviera cerca de la muerte sin saberlo. Esas cosas escapaban de mi control y no valía la pena preocuparse por ellas. Hay un tiempo para atacar y otro para defender, y hay otro para esperar a ver qué sucede. Hay que saber cuándo hacer qué. Uno de los errores más grandes en el juego de damas —así como en la vida— es creer que lo tienes todo bajo control. Se recorre una milla a la vez. Se juega un juego a la vez. Una movida a la vez. El juego de damas, la vida, requieren paciencia. No se puede cosechar victorias si no se han plantado las semillas del triunfo. Después de que pierdes un juego sólo hay una cosa que hacer: ordenar las piezas para empezar de nuevo.



Lou Reed

Lou Reed se murió en el 2013. Harry Bimer había escrito algo sobre una de sus canciones:


What's Good

La vida,
dice Lou Reed,
es buena,
pero no es justa.
Es casi un chiste,
¿no?
Uno busca el humor
en las ironías
de las llaves adentro del auto,
(y yo afuera)
de la fiebre justo antes de viajar,
(y era importante)
de la espera en la estación de tren
(eterna, nadie llega nada),
de la ansiedad cuando estamos sanos,
de la entereza cuando estamos enfermos,
y sonríe.
En algún momento
la vida es justa,
pero estamos demasiado preocupados;
en algún momento
la vida no es buena,
pero nos gana el ritmo hacia ninguna parte.
Y entonces escucho a Lou,
y me digo
(sonriendo para mí):
qué bien toca este hijo de puta.